Diez años sin Luis Alberto Spinetta

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Por Edgardo Solano

El 8 de febrero de 2012 fallecía uno de los mejores músicos de la escena del rock argentino, que dejó un legado de más de 40 discos.

Hace una década, el 8 de febrero de 2012, se apagaba la vida de Luis Alberto Spinetta, a sus 62 años recién cumplidos, cuando tenía editados más de 40 discos y también había coqueteado con otras artes, como la literatura y la plástica y abrazado causas sociales, como en su activo y honesto compromiso con la ONG Conduciendo a Conciencia.

Había nacido el 23 de enero en el Bajo Belgrano en un hogar donde la música estaba muy presente. Su padre Luis Santiago fue un cantante de tango que se presentaba bajo de pseudónimo de Luis Omar y en el árbol genealógico de su madre Julia también se encuentran músicos.

Al tango que sonada en su casa de Arribeños 2853 se le fueron sumando el folklore y el arribo de su primera guitarra, que llegó a través de un vecino que se la prestó por “tiempo indeterminado”. El combo lo terminó de completarse la irrupción de Los Beatles.

El pequeño Luis Alberto era el animador de las fiestas familiares y esto motivo sus padres lo inscribieron en varios concursos, por los que pasó con buen andar e incluso llegando a instancias finales.

Autodidacta puro, comenzó a delinear sus primeras canciones en la guitarra y con apenas 15 años compuso “Barro tal vez”, que fue grabada muchos años después y luego versionada junto a Mercedes Sosa.

Cuando estaba en los primeros años de la secundaria en el riguroso San Román se sumó a Los Larkins, una banda que tuvo otros nombres, como Los Moods, y que contaba con Rodolfo García en la batería.

Luego, cantante y baterista se unieron a Emilio del Guercio y Edelmiro Molinari, otros dos “sanromanenses”, para armar Almendra, una de las bandas fundaciones del rock argentino.

El grupo se nutría del rock y también acopiaba aires jazzeros y tangueros, y las letras se alimentaban de las lecturas que Luis Alberto devoraba, en especial de la obra de Julio Cortázar y Jorge Luis Borges.

Luego de algunos singles, llegó el disco debut de Almendra con “Muchacha ojos de papel” como hit y también con otras ocho bellas composiciones.

La banda no perdió su poesía, pero endureció el sonido su propuesta en su segundo disco, editado en formato de álbum doble.

A fines de 1970 anunciaron su separación, aclarando que se “multiplicaban” en lugar de dividirse y cada uno comenzó a atender su juego.

El Flaco, tras intentos fallidos de armar otros grupos y de editar su primer disco solista, realizó un largo viaje por Brasil y luego por Francia, para luego volver a su terruño con la idea clara de armar un power trío.

Con aires zeppelianos, concretó su idea y nació Pescado Rabioso como trío y luego devino en cuarteto.  Tras el furioso “Desatormentándonos” y del doble “Pescado 2”, con David Lebón en las filas del grupo, el proyecto se esfumó por divergencias artísticas.

Luis Alberto discrepaba de la línea rockera que pretendía del resto de sus compañeros y sin detener su marcha su marcha arremetió con “Artaud”, el mejor disco de la historia del rock argentino.

Editado como Pescado Rabioso, fue en realidad una aventura en solitario que apenas contó con la colaboración de los ex Almendra Emilio y Rodolfo y de su hermano Gustavo.

Influenciado por el poeta francés que le da título al disco, hay pasajes acústicos, como en “Cantanta de puentes amarillos”, y otros más rockeros que aparecen en las “Habladurías del mundo” y “Bajan”.

A fines del 73, con Pomo y Machi como notables compañeros de ruta, armó Invisible, otro de los elevadísimos picos creativos de la maquinaria spinetteana.

Con tres discos sin desperdicio alguno en idéntica cantidad de años, la banda terminó su camino como cuarteto con el joven prodigio de la guitarra Tomy Gubich y cuando daba la sensación de que tenían mucho más por contar.

Para entonces y desde hacía tiempo, cuando recién iba por los veintilargos, Spinetta se erigía como una referencia del rock argentino a partir de sus múltiples talentos.

Quizás la poesía que deslizaba en las letras de sus canciones se llevaba el mayor recogimiento. Esa poesía venía acompañada de su talento como cantante y también se sus dotes como guitarrista, tanto por sus características sucesiones de  acordes y como cuando arremetía con sus ajustados solos.

También había demostrado su talento como dibujante, en portadas de discos y en afiches, y en el mundo literario con el libro “Guitarra negra”.

Mientras tanto el jazz rock también llegó a los curiosos oídos de Spinetta, en especial por la guitarra de John McLaughlin, y se lanzó a incursionar en nuevas sonoridades que iban mucho más lejos de las fronteras del rock.

Con el talentoso tecladista Diego Rapoport como socio ideal, editó “A 18 minutos del sol”, considerado  por el músico como el mejor de su carrera.

El álbum tuvo duras críticas por parte de la prensa y esta etapa tardó en ser digerida por sus fans, pero el tiempo puso las cosas en su lugar y ganó el reconocimiento que se merecía, siendo casi un objeto de culto.

Spinetta también grabó un disco en inglés en los Estados Unidos y prefirió cerrar esa etapa muy rápidamente, hasta que un día volvió Almendra.

A fines del 1979 se anunció que el cuarteto estaba de regreso y colmar seis obras, superando largamente los pronósticos más alentadores.

El revival dejó un disco doble en vivo y otro en estudio, “El valle interior”. Giraron por todo el país con una convocatoria masiva que hasta puso en alerta a la dictadura, que no quería ver a tantos jóvenes juntos.

Mientras Almendra cumplía y terminaba con su regreso, el Flaco apostaba todo a Jade, nuevamente acercándose al jazz y con las lecturas de la obra de Carlos Castaneda como influencia.

Esta formación dejó cuatro discos y pasaron por sus filas Pomo, Beto Satragni y una selección de tecladistas, como Juan del Barrio, Diego Rapoport, Leo Sujatovich y el Mono Fontana.

Esos primeros ’80 también hubo tiempo para un par de disco solistas. “Kamikaze”, de timbre acústico y con Rapoport como aliado, y el poco recordado “Mondo di cromo”.

Tras la experiencia de Jade y del disco que no fue junto a Charly García, del que al menos quedó la bonita “Rezo por vos”, el Flaco se lanzó definitivamente a la carrera en solitario.

A pesar de que algunos añoraban los clásicos de otros tiempos y los pedían una y otras vez en los recitales (Flaco, tocá Muchacha), Spinetta no tuvo baches creativos y sus trabajos solistas así lo demostraban.

Este camino también incluyó una parada con un disco a dúo con Fito Páez y otra en el álbum “Pelusón of milk”, con el hit radial “Seguir viviendo sin tu amor”.

El Flaco optó durante toda su carrera por cultivar un bajo perfil, su imagen a apareció en las portada de las revistas.

La separación de Patricia Salazar, la madre de sus cuatro hijos, vino junto con el publicitado romance con Carolina Peleritti. El Flaco supo manejar las circunstancias y hasta apareció en la tapa de Gente con un improvisado cartel con un mensaje a la propia revista que lo acosaba periodísticamente: “Leer basura daña la salud. Lean libros”.

Al margen de lo mediático, Luis Alberto volvió a tener una banda y a rockear con Los Socios del Desierto, una grata experiencia en formato de power trío con Marcelo Torres y Daniel Wirtz.

Luego retomó su senda en solitario para completar su discografía con un cuarteto de brillantes trabados que arrancan con “Para los árboles” y “Camalotus”  y se cierran con “Pan” y “Un mañana”.

Parte de este largo recorrido tuvo una suerte de síntesis el viernes 4 de diciembre de 2019 en el concierto de Las Bandas Eternas, en el estadio de Vélez Sarsfield.

En esa noche Spinetta estuvo durante más de cinco horas en el escenario para compartir el recital con revivir todas las bandas de las que fue parte y con muchos de los músicos con los que tocó.

El Flaco fue un artista único, que no tuvo predecesores y que tampoco tiene un continuador en su estilo, a pesar de que influenció positivamente a varias generaciones de músicos argentinos y de otras latitudes.

A diez años de muerte su obra goza de una vigencia plena y las reediciones de viejos trabajos y los homenajes, libros y documentales que se proliferan por doquier generaron que integrantes de las nuevas generaciones de músicos descubran su música y otros tantos la redescubran.

 

 

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