por Edgardo Solano
Un mirada y un recorrido por la obra de este genial artista que una pieza clave en el rock argentino y en la cultural popular.
Hace exactamente cinco años, aquel amargo 8 de febrero de 2012, fallecía en Buenos Aires Luis Alberto Spinetta, dejando un trono vacante y sin continuadores de su estética en el horizonte.
Su enfermedad era una suerte de secreto a voces hasta que él mismo se encargó de anunciarlo a través comunicado, en el que aprovechó para reafirmar su militancia en la ONG Conduciendo a Conciencia, dejando en una vez más en claro su compromiso con esta noble causa. Esta información se confirmó después de amarillenta tapa, y de pésimo gusto, que publicó una revista con fotos (robadas, claro está) de Spinetta mientras su enfermedad mellaba en su salud.
Es muy probable que la obra de Luis Alberto no haya sido valorada en su medida cuando este genial artista estuvo entre nosotros, al menos por el amplio público del rock argentino. Además, el prejuicio absurdo de insistía con el “El Flaco es aburrido” se hizo carne en aquellos que ni siquiera escucharon los primeros compases de “Muchacha”. También están aquellos que tampoco se asomaron a su obra y que sin embargo hablan maravillas de este genial artista con la intención de simular un nivel cultural más elevado.
Poniendo las cosas en su lugar, Spinetta es probablemente el mejor letrista de la rock argentino y también una de las mejores plumas de música popular argentina. Como suele pasar en escasa excepciones, sus letras funcionan como poesías sin importar que luego tengan música y suenen en el formato de una canción.
También sentó las bases de estilo surrealista en el rock en español, más allá que en algunas líricas fue más concreto y realista en sus versos. Algunos de sus colegas de generaciones posteriores también coquetearon en esta escuela, todos ellos confesos fans del artista criado en una casa chorizo del Bajo Belgrano.
Esas letras tenían como caldo de cultivo las lecturas, en distintas etapas de su vida, de Julio Cortázar, los poetas malditos franceses, Carlos Castaneda y Michel Foucault, entre otros autores.
Almendra tenía aires porteños, Beatles, jazzeros y del nuevo folklore de los ’60, Spinetta pateó el tablero, estando en jaque, en Pescado Rabioso para sonar distorsionado al comprar de los ’70.
Cuando los compañeros de esta última banda desistieron de seguirlo en sus camaleónicos rumbos musicales, arremetió con “Artaud”, la obra maestra de rock argentino y que cada día sigue revalorizándose.
En Invisible juntó el mundo lírico de Almendra con el dureza de Pescado, en una etapa de gran inspiración y de trabajo colectivo. Luego llegó el jazz a su vida, es especial por la influencia del guitarrista John McLaughlin, un día volvió Almendra y retomo la senda del jazzera con Jade, en medio de algunos discos solistas notables.
Luego de liderar varias formaciones, un treintañero Spinetta comenzó su camino en solitario sin que excelencia de su producción artística se magullara y también con un trabajo en dúo con Fito Páez, tras el experimento fallido con Charly García. Acompañado de bandas con músicos de gran calibre, conformando verdaderos seleccionados, continuó con una gran producción de discos, en especial con “Tester de violencia”.
Con Los Socios del Desierto reincidió en tener una banda y también con el formato de un trío poderoso, como el del primer Pescado Rabioso, hasta que volvió a su etapa solista.
Antes de partir, dejó los notables “Pan”, con un aire a Jade, y “Un mañana” y también el concierto de Las Bandas Eternas, una suerte de obsequio ante una multitud que este artistas, quizá, ofrendó anunciando en silencio lo inevitable.
El bonnus track “Los Amigo”, un bello disco póstumo medio jazzero, se encargo de mostrar en los rincones de la Diosa Salvaje, su estudio de grabación, hay muchas canciones por salir a la luz.
Gran dibujante, de perfil bajo para un rockero y admirado por todos los músicos con los que compartió sus creaciones, Spinetta dejó un legado enorme que vale la pena escuchar una y otra vez porque nunca dejará de sorprender. Como con la partida de un ser querido, el duelo se hace a fuego lento y cinco años no son suficientes.